viernes, 7 de octubre de 2011

La bella Nefertiti

“Nefertiti, me gustaría dibujar de nuevo tu pupila” es lo que pienso cuando me entran los “ataques de belleza”. Que no es poco. Algunos llaman a esta obra de arte retrato, otros obra de arte, simplemente, otros “titi guapa” (¿?). Sí, “Nefer”, en egipcio, significaba “bella”, de lo cual, sin duda, supo muy bien el escultor hacerse eco.

Se dice, también, que no es real, que es todo producto de la sublimación de unos caracteres físicos más anodinos. No es que su belleza resulte atípica, ni mucho menos, sino que, cuando miramos a la Antigüedad, tendemos a ver un mundo lejano de personas desconocidas y, por ello, nos extraña cuando resulta ser un espejo. Al pensar así, desde luego que nos estamos alejando a pasos agigantados de la realidad: los problemas a los que se enfrentaron los antiguos fueron los mismos que los nuestros: llegar a fin de mes, comer, conseguir agua potable, educar a los hijos, salvar la vida. La diferencia es, simple y llanamente, que los recursos con los que contaban eran otros, en ocasiones más rudimentarios, pero en ocasiones más efectivos.

Otro de los problemas, no menos grave, universal y atemporal es el del amor. ¿Quién se enamoró de Nefertiti? Sin duda, su marido debió de estarlo, podemos pensar. Sí, Akenatón o, como se dio en llamar, Amenofis IV, la representó como a una igual y como a una mujer, con su perfil, con sus curvas, con su carácter y con su belleza. Y del mismo tamaño que él. Cuidado, no es que estemos ante una incipiente rebelión de la mujer, sino que, por lo general, pese a esta excepción que es Amenofis IV, excepto el rey, todos los personajes, incluyendo a los de la corte, se representaron más pequeños, símbolo de inferioridad.

Puede que, al fin y al cabo, Nefertiti no tenga pupila porque es una metáfora de la perfección del Universo, aún sin refinar, en el que aún seguimos imaginando la existencia de un mundo de iguales.